Hacía tiempo que no me reía -a carcajadas- con una novela como lo hice con La vida exagerada de Martín Romaña, de Alfredo Bryce Echenique. Gracias a la recomendación del escritor Leonardo Valencia, me acerqué a este libro, que trata con humor, acidez y a destajo la situación de un joven peruano, culto y de buena familia, en su experiencia europea, en la época del Mayo Francés del ‘68. Martín Romaña tiene una vida exagerada porque tanto su perspectiva como lo que lo rodea lo son: desde sus vecinos en el último piso de una bohardilla imposible, con una cama que ocupa casi todo el espacio, hasta la delirante universidad donde termina trabajando para poder juntar unos francos. El pobre protagonista está siempre desubicado frente a las más diversas situaciones: para los muchachos de los hoteles sin baño -que siempre lo persiguen para hacer uso de las instalaciones más favorables en las que vive Martín, es algo así como un “señorito bien”; cuando su novia y luego esposa Inés -tradicional, católica y recatada- se convierte en una revolucionaria, se ve obligado a escribir la obra definitiva sobre los sindicatos de pescadores en el Perú, de lo que evidentemente no tiene ni idea… Martín intenta hacer lo mejor que puede pero siempre parece buscar algo diferente a lo que le toca, desde su complicada salida en barco hacia París hasta las reflexiones que componen el libro, a modo de diario, hundido -en todos los sentidos posibles- en su sillón Voltaire.
Y todo esto, sufriendo horrores por seguir manteniendo el amor de Inés —interesante guiño a la tradición literaria en la elección del nombre—, que se le escapa y se aleja cada vez más. Y el amor a un colchón —mejor dicho, a la hondonada de un colchón— en el que compartió todo lo que no volverá a compartir con ninguna mujer. Ni siquiera con Octavia de Cádiz, ilusión que se convierte en la protagonista del libro que completa el dúo de cuadernos escritos en el sillón Voltaire (El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz, que lamentablemente sólo tiene ciertos momentos aislados en donde aparece la brillantez del primer volumen).
Un libro delicioso, divertido y -algo quizá bastante insólito- para diversos tipos de lectores. Tiene tal cantidad de lecturas posibles, tantos niveles para hurgar (en realidad, como toda buena literatura), que pasa de mano en mano desatando carcajada tras carcajada (y esto lo puedo asegurar: mi copia de las aventuras de Martín sigue circulando por ahí, soy una de las que aún prestan y —ay— devuelven los libros…)